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La última aplicación de las tasas dentro de la Unión Europea nos ha pillado a muchos con el paso cambiado. El que mas y el que menos se lamenta de no haber hecho la renovación antes, de no haber conseguido más contenido o cualquier otra cosa. Otro incremento más, otro nuevo cabreo y esta vez sin posibilidad de evitarlo, y sin que ello signifique beneficios tangibles a las cuentas de la compañía ni a sus clientes, claro esta nosotros.

Lo curioso es ver a muchos miembros, no tanto los nuevos curiosamente, que se sienten afectados casi asemejándolo a un ataque personal, sin entender en realidad el mega entramado burocrático asentado en el que vivimos, con unos impuestos bárbaros a todo lo que uno hace en su vida, durante cada segundo. Mantener nuestras coberturas, nuestra red de supuesto bienestar cuesta enormes cantidades de dinero y hemos de confiar y vigilar en que su distribución se realice de forma adecuada.

Internet hace tiempo que ha dejado de ser el territorio salvaje en el que todo vale y en el que el anonimato cubre cualquier marca. Forma ya parte activa de nuestra vida y ha entrado de lleno en el terreno impositivo con todas las consecuencias.

A raíz de esta pataleta, llamemos a las cosas por su nombre, muchos se han retratado con interesantes reflexiones totalmente válidas. Tan válidas que deberían no olvidarse de aplicarlas al resto de vida diaria. Es curioso como con una afición en la que la mínima inversión ronda los 1000 euros pueden permitirse lamentar la subida de un 2% del precio de esa inversión inicial, curiosamente en el aspecto más necesitado, más relevante, más disfrutable y más vilipendiado, el software.

Estamos muy mal acostumbrados en la informática, primero a las cosas gratis; los juegos, el sistema operativo, las aplicaciones. Segundo, a tener un soporte de gente que sabe totalmente gratuito y servicial para solucionar nuestras vicisitudes. En el soporte difícilmente va a mejorar la cosa hasta que se empiece a cobrar lo mismo que el fontanero o el electricista. Sin embargo en el software la cosa ha mejorado con las tiendas digitales y sus ofertas. Ahora demandamos productos legítimos a dos duros. Ya hemos tragado con los DLC mientras ofrezcan contenido nuevo. También nos hemos acostumbrado a las suscripciones, siempre que podamos justificarlas, hasta que nos suben el precio, se nos cruzan los cables y nos entra el berrinche porque si.

Si leyéramos los términos de uso, esos que aceptamos ignorándolos, estaríamos dándonos cuenta de que muchos de los aspectos que en ellos se detallan son tremendamente draconianos. Y aun así los aceptamos, por nuestra propia voluntad y sin que nadie nos engatille. Lo mismo cuando “alquilamos” el resto de software. Sabemos como va esto, las compañías van y vienen, los juegos igual. Que seamos conscientes de ello o no, no significa que no lo sepamos. Las aficiones son libres, no son impuestas y ni siquiera tienen un efecto físico para considerarlas drogas. Antes hay que pensar en quítarse esas copas, ese tabaco, esos pinchos, ese capricho innecesario que muchas veces no necesitas. Reorganiza tus prioridades, disfruta aquello en lo que inviertes tu tiempo y tu dinero porque tu lo has decidido así, y no olvides que absolutamente todo lleva impuestos para pagar un montón de cosas que das por sentadas. Ojalá que nunca tengamos que echarlas de menos.

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