«Es que se hubiera evitado si…»

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No falla. Siempre, siempre que ocurre una desgracia en las carreras resurge la polémica. La misma polémica. «¿Qué se podría haber hecho para evitarlo?». Que si halos, que si safety cars, que si escapatorias de tierra, que si asfaltadas, que si gradas más lejanas, que si cockpits más seguros, que si dobles banderas amarillas. A estas alturas imagino que la mayoría conoceréis la historia de Billy Monger, un joven piloto de 17 años que tras un brutal accidente ha perdido las dos piernas. Ni se conocía aún su desenlace cuando, faltaría más, empezaron a aparecer las quejas en referencia a cómo es posible que hubiera un coche parado en mitad de la pista y la carrera siguiera su curso. Bienvenidos al mundo de las carreras de motor, donde humanos de carne y hueso como tú y como yo compiten a velocidades para las que no estamos preparados. No hace falta ser un experto para deducir de ahí el peligro inherente a esa práctica.

Puede resultar paradójico, porque por un lado considero ridículo el argumento que defienden algunos de que nunca debería haber un vehículo parado sin previo aviso, pero por otro lado es evidente que eso causó este serio accidente. La pregunta que yo me hago es, ¿es tán complicado de comprender que eso, nos guste o no, forma parte de las carreras? Las medidas de seguridad que se pueden tomar tienen un límite si se quieren seguir llamando «carreras». No justifico todo lo que ha ocurrido y ocurre, por ejemplo lo de Jules Bianchi era evitable y me parece vergonzoso que jamás se le diera la importancia necesaria al hecho de que una grúa estuviera en la escapatoria de una curva y que se le culpara más, al menos de forrma oficial, al piloto de no haber aflojado lo suficiente su velocidad al paso por la zona de doble bandera amarilla que a la injustificable negligencia que supuso meter una mole metálica con la carrera en marcha en un lugar que está destinado única y exclusivamente a ser una zona de pérdida de velocidad segura para los coches que se salgan del trazado. Pero eso es un caso. Un caso cuyo detontante fue ajeno a lo que los pilotos pueden controlar.

Esto no es un simulador donde puedes programar que lo que sea que esté en medio de donde pasan los participantes desaparezca si se intuye algún peligro, y cuando ese peligro es parte de la propia carrera, por mucho que nos tengamos que llevar las manos a la cabeza al ver algo así, no podemos estar una, otra, otra y otra vez pensando en lo que se puede mejorar, no al menos en 2017. Ni que decir tiene que el accidente de Billy, hace no demasiado tiempo, hubiera supuesto la muerte del chaval con casi total seguridad. Digo Billy como podría mencionar decenas de ejemplos. La carrera de Fontana de la IndyCar en el año 2015 es una de las mejores pruebas de que es fácil olvidarse de que dentro de esos coches hay personas, no robots indestructibles. Es complicado encontrarle la lógica a que accidentes no demasiado lejanos a los 400 kilómetros por hora tengan como mayor consecuencia el coste económico que supone arreglar el bólido y el cabreo de los pilotos involucrados. Pero esa es la situación actual, situación que cuando se rompe y se tiñe de luto hace que destaque mucho más. Y por eso tenemos que dar las gracias a las increíbles mejoras que se han visto desde hace 20 años en el mundo del motor.

 

No escribir hoy sobre esto no significaría que las carreras no serían escenario de tragedias, significaría que estaríamos tan insensibilizados con esta situación que las veríamos como algo normal. Y por normal me refiero a «habitual». Porque normal es, ¿cómo no va a serlo? Echad un vistazo a la imagen superior a este párrafo. Ahí estaban Kevin Magnussen y Fernando Alonso, que salieron de sus coches con mínimos cortes y golpes. Esto no prueba que la seguridad sea infalible, pero si que hemos llegado a unos niveles donde pedir algo empieza a resultar cuanto menos ridículo desde el punto de vista del aficionado. Por supuesto se deben seguir y se siguen probando cosas nuevas, pero a donde quiero llegar es que no puedes tener todo bajo control cuando estás corriendo encima de un coche o de una moto, no puedes pretender que los errores de pilotaje que se produzcan no traigan consecuencias de ningún tipo en ninguna situación. Es muy, muy fácil coger situaciones determinadas y encontrar la que hubiera sido la solución. Incluso con Billy Monger, ¿por qué no se sacó bandera roja o Safety Car cuando ese coche se quedó parado tan cerca de la trazada? Los accidentes de Felipe Massa en Hungría, Justin Wilson en Pocono o Henry Surtess en Brands Hatch se podían haber evitado, dicen algunos, con el famoso halo para proteger el cockpit. Halo que en otras muchísimas situaciones hubiera complicado o imposibilitado la extracción del piloto en situaciones de vida o muerte donde cada segundo cuenta. O incluso que hubiera complicado la visibilidad y hubiera provocado un accidente. Y si la curva donde se cayó Luis Salom hubiera sido distinta el golpe hubiera sido más leve. Es más, hasta con Simoncelli se vio lo mismo. Un piloto que es, literalmente, atropellado en el cuello por otro décimas de segundo después de caerse de forma normal y corriente, e incluso ahí hay que buscarle el ‘pero si se hubiera…’.

No. Basta ya. El deporte de motor es peligroso. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Cuando deje de serlo, dejará de ser deporte de motor. Son demasiadas las cosas que pueden salir mal como para pretender controlarlas todas de antemano. Puedes hacer las barreras que mejor absorven los golpes, las barras que mejor protegen al piloto dentro del coche y las protecciones del cuello que mejor cuidan las vértebras, que van a seguir pasando cosas. Cosas viejas, nuevas, previsibles, imprevisibles, variantes de cosas vistas que tiran por tierra la solución que habías propuesto. Si una caída en un pelotón ciclista puede traer consecuencias incontrolables, ¿qué puede ocurrir cuando en vez de a 50 kilómetros por hora vas a 150, 200 o 325 km/h? Pocas horas de escribir estas líneas hemos recibido otra terrible noticia, más trágica si cabe porque la protagoniza un piloto de solo 11 años que ha fallecido entrenando en un kart. Al parecer un contacto con otro participante le hizo volcar con tan mala suerte de quedar atrapado y los servicios médicos no pudieron salvarle la vida. Algo que, si quitamos el desgraciado final de la historia, sería una anécdota más.

Un piloto ha tenido un accidente: se llama automovilismo. Las tragedias forman parte de todo esto, nos guste o no.

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7 COMENTARIOS

  1. Totalmente de acuerdo. En cualquier deporte donde estes rozando los limites puede pasar cualquier cosa. Gran aporte Xabi!!

  2. Desgraciadamente seguiremos recibiendo noticias de accidentes, unos con mejor, y otros con peor final. Carreras señores, carreras…

    Grande Xabi

  3. Que sean carreras y que un determinado riesgo sea inevitable no quiere decir que hacer un análisis del accidente y buscar posibles mejoras para aumentar la seguridad sea un error. Si como bien comentas se ha evolucionado tanto, que por ejemplo accidentes como el de Alonso el año pasado practicamente no provoquen lesiones, es debido a ese análisis postaccidente. Pensar que se ha llegado al límite o estar cerca de él en cualquier tipo de evolución es un error bajo mi punto de vista. Seguro que habia aficionados en los años 50 que tenian este mismo punto de vista. Dirian algo así como, «señores, esto son carreras, tanto pilotos como espectadores tienen que ser conscientes que pueden morir asistiendo a un acontecimiento como este» jeje. Solo es una opinión más a un gran articulo. Gracias.

  4. Efectivamente, donde hay competición, hay riesgo, lo que hay que intentar es minimizar las consecuencias para los pilotos, pero es parte del espectáculo.

    Muy buen artículo. Saludos.

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