Samantha se sube a un bot

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Ahora que hay una IA competente en iRacing, entrenada con Machine Learning y otras técnicas de actualidad, no está de más recordar este articulo del gran Óscar.

En Diciembre del 2013, Michael Scherer -jefe de gabinete de la revista TIME en la ciudad de Washington- respondió a una llamada en el teléfono de su despacho. Era una mujer que se hacía llamar Samantha West y quería venderle un seguro de salud. Tras unos segundos de conversación amigable, Michael se olió que allí había gato encerrado. Samantha no parecía ser quien decía ser. Aprovechando un momento de silencio, Michael tomó la decisión y aún a riesgo de parecer idiota, le hizo una pregunta inquietante a aquella mujer: «Perdona, pero ¿eres un robot?» Samantha vaciló de una manera muy humana. Incluso soltó una risita. «Soy una persona real», respondió, «a lo mejor es culpa de la conexión, que es muy mala». Michael frunció el ceño. Aunque había sonado convincente, quiso escuchar la frase completa: «¿Podrías decir <no soy un robot>, por favor?». Samantha volvió a soltar una carcajada. Después pasaron dos segundos eternos antes de volver a responder con exactamente el mismo tono, cadencia y vocecilla confiada: «Soy una persona real, a lo mejor es culpa de la conexión, que es muy mala».

CONVERSACIÓN ENTRE SAMANTHA Y MICHAEL SCHERER

 

Chatbots como Samantha están hoy a la orden del día. Por voz, por texto, en Telegram o en cualquier canal de comunicación las empresas han abrazado el modelo sintético como una forma de abaratar costes y quitarse problemas. Dile que sí al cliente y maréale un poco si las cosas se ponen difíciles. Total, sin ética ni moral tampoco hay remordimientos. La máquina solo hace lo que tiene que hacer.

Para bien o para mal, los videojuegos han sido caldo de cultivo para todo tipo de inteligencias artificiales. Desde los fantasmas de PACMAN hasta los demonios de DOOM, jugar contra la máquina fue durante todo aquel tiempo en el que no tuvimos Internet la única compañía disponible dentro de la pantalla. ¿Y en el circuito? Recuerdo adelantar a los Formula 1 de Pitstop I y Pitstop II a golpe de joystick o derrapar en las curvas de Outrun con un Ferrari Testarossa mientras los demás coches solo pretendían entorpecer mi marcha. Entonces llegó Gran Turismo. El primer gran juego donde los jugadores reales compartíamos codo a codo con la máquina el espíritu real de una carrera: ganarla de la primera curva a la última.

El tiempo, como hizo con Samantha, ha ido perfeccionando la inteligencia «selectiva» de estos bots hasta el punto que pueden llevar a engaño. Cuenta la leyenda negra que el mismísimo Google, para enseñarle a su sistema técnicas de conducción, desarrolló un bot-conductor que voló por los circuitos de iRacing antes de desaparecer para siempre. No parece una idea muy descabellada. Las llamadas API (Interfaz de Programación de Aplicaciones), permiten comunicarse con el software de algunos juegos a muchos niveles. iRacing, por ejemplo, genera un archivo en tiempo real con mil variables de información diferente: dónde estás en el circuito, tu velocidad, la temperatura, las dinámicas del coche, el estado de las gomas… basta recoger esos datos, introducirlos en una rutina y luego, mediante la asignación de inputs (¿quién te ha dicho que iRacing no se puede conducir con un ratón, con una tableta digitalizadora o unas castañuelas digitales?) enviar de vuelta los datos de entrada perfectamente sincronizados con nuestro programa tras haber sido depurados, corregidos y maximizados por el sistema.

Dicen que en el futuro todo se difumina. Si la semana pasada hablábamos de los universos virtuales, hoy recorremos el camino inverso: del mundo digital, al real. ROBORACE, corredores humanos contra BOTS construidos con tuercas y relés. La pericia e inspiración de un tipo encerrado en un cacharro a trescientos kilómetros por hora contra el mismo vehículo manejado por una inteligencia sintética. La máquina con alma de máquina. Ya no hablamos de Tesla y los vehículos autómatas. Hablamos de competición. Y es entonces cuando la filosofía entra en juego. Si el algoritmo de aprendizaje de una máquina le permite mejorar en cada vuelta y conseguir un tiempo récord en el circuito, ¿sería digno del mismo elogio que cuando lo hace un humano? ¿Convivirían dos límites dentro de un circuito, uno para las máquinas y otro para los humanos? ¿Cuán lejos estaría un récord del otro? ¿Es el objetivo final del automovilismo o del simRacing llegar el primero, hacer el tiempo más rápido? ¿Y entonces, si quitamos al humano de la ecuación para conseguirlo, no estaríamos buscando el mismo fin?

Hace un tiempo, allá por los 90 cuando a la música electrónica ya se le podía llamar música, los ingenieros musicales descubrieron que el humano era humano por los errores que cometía y no por la perfección de sus ritmos. Así nació el shuffle, un parámetro que sirve para «humanizar» cualquier ritmo añadiendo swing o desviaciones de la perfección a los compases. Errores al fin y al cabo. Si pudiéramos crear un Bot perfecto y meterlo en el circuito -ya fuera en la vida real o aquí en iRacing- y le diésemos un poco de swing a su conducción, ¿quién podría decir si el piloto que tenemos delante es humano o es artificial? El fin de semana pasado, en Cataluña, Hamilton completó muchas vueltas perfectas. Ni una sola corrección. Siempre en la línea. Igual que una máquina. Resulta curioso que nosotros intentemos conducir como ellas pero sin embargo nos moleste que una lo haga igual de bien y nos obligue a «humanizarla».

Aunque quede mucho aún para que los Bots transmitan la ineptitud humana dentro de un circuito de simRacing, los ingenieros -igual que hicieron con Samantha- saben cómo enmascarar las perfecciones. No me atrevo a decir cómo será el futuro a corto plazo de los circuitos virtuales porque de igual manera que ocurrió con Internet o con las casas de citas online, llegado el caso no habría manera de saber quién está detrás de la pantalla. Es un hecho que los robots están rellenando huecos en aquellas plataformas que no disponen todavía de una gran comunidad de usuarios y muchos de esos usuarios humanos nunca reparan en ello. ¿Es divertido correr contra máquinas? Por muy inocente que parezca, preferiría no saberlo. Un WestWorld del simRacing no me llama demasiado la atención porque sencillamente es el componente humano de mis contrincantes quien me acerca al circuito siempre que puedo. Nunca será lo mismo ganar a un tipo que se está comiendo el volante detrás tuyo que hacerlo frente a una máquina insensible. Hay un punto heroico, casi suicida, en meterse a pista con 20 tíos repletos de miedos e inseguridades. De momento, pese a los fallos, netcodes, bugs y demás porquerías que a veces nos funden la carrera, me sigo quedando con ese anormal que me saca de la trazada todos los jueves antes que con la risa tonta -y peligrosamente humana- de Samantha, aunque esta última pudiera conducir como los mismísimos ángeles del simRacing. Al final, compañeros de circuitos, nadie como un humano para flirtear con los desastres. Nos vemos la semana que viene por esas pistas de asfalto, máquinas, humanos y todos vosotros que os situéis en el medio.

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1 COMENTARIO

  1. Me encanta Óscar! Se me ponen los pelos de punta al oir la conversación que indicas… Obviando los momentos de silencio, en sus contestaciones sólo repite una vez la misma frase, a mi realmente me cuesta distinguir, y hablamos de hace 6 años!!

    Es realmente inquietante el futuro/presente que nos espera….

    Un abrazo.

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