Un demonio en cada curva

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Hay un demonio que vive en el asfalto. Se dice que cualquiera que ose retarlo, morirá. Los controles de su bólido se congelarán, sus alerones se zarandearán de forma salvaje hasta desintegrarse. El demonio aguarda en cada curva, en cada recta, en cada chicane, sonríe allí donde las gomas derrapan y cabalga el aire que no se aparta del camino. Espera, paciente, justo detrás de una barrera infranqueable. En ese lugar que todos los corredores conocen como la línea de meta.

Aunque estas palabras no fueron escritas originariamente de esta manera, estoy seguro de que Tom Wolfe estaría de acuerdo con ellas. En realidad las que él escribió hablaban de la barrera del sonido. Match 1. Trescientos cuarenta metros por segundo. Una velocidad tan mítica para los pilotos como esquiva para la industria de la aviación durante demasiados años. Fueron muchos quienes lo intentaron y muchos quienes sucumbieron. Pero un día llegó Chuck Yeager y su X1. Después Match 2. Match 3. Vencido el demonio, alcanzamos el espacio. Éramos astronautas. Los elegidos para la gloria…

Siempre que he releído alguno de sus capítulos lo he hecho pensando en todos aquellos límites a los que nos enfrentamos cuando queremos ir un poco más allá de lo que humanamente parece posible. Porque el bueno de Wolfe tenía razón cuando escribió la historia de cómo el hombre aprendió a volar más rápido que el sonido: hay un demonio detrás de cada frontera. Un demonio a batir en cada curva del circuito. Un demonio dentro de la mente de cada simRacer. Y hoy, con toda la pista de Sebring por delante, he creído ver cómo ese demonio me sonreía desafiante al final de la recta de Fangio. Venga, adelántame, parecía decir con sorna. Atrévete a mejorar el tiempo de tu última vuelta. Cruza la línea de meta por última vez y entonces, igual que hizo Chuck Yeager a finales de los años cuarenta, tú también me habrás vencido.

Quitando toda literatura, los elegidos para la gloria poco tienen que ver con aquellos acostumbrados a ganar. No me malinterpretéis. Ellos son, por derecho propio, los auténticos reyes de la pista. Son los más rápidos. Los mejores. Los que tienen menos miedo. Pero sin ánimo de menospreciar a nadie, en el simRacing cotidiano -ese que es vuestro y que es mío-, nos batimos contra otros demonios mucho más peligrosos. Flirteamos con las dudas en el filo de los pianos, bailamos con el desastre cuando conducimos por encima de nuestras posibilidades y al cruzar la línea de meta -da igual en qué posición lo hagamos- sonreímos igual que aquellos acostumbrados a ganar. Porque llegar primero, compañeros de pista, está muy sobrevalorado.

Hace tiempo que no gano una carrera. Allá por la división 7, recién salido de la pubertad que son las primeras carreras Rookie, encontré sin buscarlo la manera de ir un poco más rápido que mis compañeros de parrilla. Supongo que a todos nos ha ocurrido. Sales a pista concentrado. Es la «quali», ese instante mágico donde confluyen la práctica con la necesidad de marcar una vuelta perfecta. Y ya desde el principio notas que algo, por primera vez -y sin que sirva de precedente-, funciona como debe. El coche no derrapa. Las curvas parecen que se arrodillan ante ti para rendirte pleitesía. Eres intocable. Y un minuto y medio después miras de reojo para quedarte pálido. Has marcado la pole. El primer puesto de la parrilla. No hay en la pista nadie más rápido que tú.

Siempre recordaré mi primera pole como una de las peores sensaciones en mi vida de simRacer. Había una responsabilidad atronadora en salir el primero. Sería el encargado de abrir ruta en una pista desierta. Quince pretendientes respirarían a escasos metros de mi alerón trasero dispuestos a pasar por encima de mi cadáver virtual si hiciera falta. Y yo allí, sudando a chorros pese a los escalofríos y tan encogido que parecía que se me hubiera cortado la digestión. Recuerdo que me crucé con mi mujer en el pasillo cuando aproveché el parón para ir al baño y al ver mi cara de estreñido me preguntó: ¿te pasa algo, cariño?» Yo, como si llevara clavado un cuchillo en la espalda, respondí dubitativo. «Tengo la pole» dije en un susurro. «Anda, pero eso es bueno, ¿no?» preguntó entonces. Yo seguí mi camino hasta el cockpit meneando la cabeza. «No lo se, joder, no lo se».

Pero la carrera comenzó y si os soy sincero, lo único que recuerdo de esa primera vuelta fue ver cómo mis demonios se iban haciendo tan grandes que faltó poco para que ni siquiera tomara la salida. Y cuando el semáforo se puso en verde también se que aceleré hasta donde mi pedal daba y luego metí primera, segunda, tercera, atravesé la primera curva igual que si estuviera atravesado con una lanza el corazón de aquel primer demonio y de allí en adelante solo hubo esa tensión interna de la que los simRacers nos jactamos de disfrutar. Aunque tampoco os voy a mentir. Este blog se llama flirteando con el desastre y aquí pasan las cosas del mundo real. No caben los relatos épicos o inspiradores. Ni gané aquella carrera ni fui capaz de mantener a raya mi concentración más allá de unas pocas vueltas. Desconozco si los que venían por detrás aprovecharon un rebufo en cadena, se rieron de mi falta de pericia o simplemente esperaron a que mis nervios hicieran el resto.

Sin embargo, también ocurrió algo más. Pese a no ser yo quien ganara aquella carrera sucedió una de las cosas más importantes que me han sucedido en mi breve vida de simRacer: conocí un poco mejor a mis demonios; aprendí a desafiarlos. Durante aquellas pocas vueltas como líder supe que aunque habría veces que esos demonios se harían tan gigantes como las gradas del circuito -inalterables y perpetuas como las nubes pintadas en los cielos de iRacing- tantas otras veces pasaría a través de ellos hasta llegar a ese día en el que nunca más volvería a importarme su tamaño. Porque al final creo que de eso va todo este rollo de montarse en un coche y acelerar sin límites, ¿verdad? Igual que meterse en un avión supersónico y atravesar la velocidad del sonido. Por cierto, que cuando Tom Wolfe escribía «The Right Stuff» nunca pensaba que hablaba de aviones como yo hoy tampoco he pretendido hablar de coches. ¿O en realidad sí que lo hemos hecho?

Celebrad cada línea de meta como si hubierais ganado la carrera y flirtear unas vueltas con vuestros desastres, porque aunque todavía no os lo creáis, todos y cada uno de los simRacers fuimos elegidos para la gloria. Nos vemos -vosotros y vuestros demonios- en el asfalto de la semana que viene. Cuidado con las curvas que dicen que vienen turbulencias.

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5 COMENTARIOS

  1. Gracias a vosotros por darle validez a estas reflexiones. Y si nos cruzamos por la pista, recordarme todas estas cosas de las que hablamos, que en los días malos a mi también se me olvidan. Un saludo.

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